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viernes, abril 26, 2024

De viaje «en el long» con Wild Ripple, trip-crónica por Fernando Gil

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Artwork: Mik Baro
Artwork: Mik Baro

Un joven cowboy recorría a caballo la llanura. La luz del sol le incomodaba, así que inclinó el sombrero y miró hacia su yegua, una nube de bichos revoloteaba cerca de su lomo. Al apearse del animal, vio que apenas le quedaba agua y encontró en la afortunada sombra del árbol un lugar en que dormir. En este punto comienza el disco homónimo de Wild Ripple (2016). En el cual el cowboy, en sus sueños, conduce una nave espacial por el oscuro universo. Los mismos bichos le persiguen y, aunque huya, sabe que acabarán cogiéndolo.

Manolete Blanco (Guitarra y Voz), Miguel Izquierdo (Bajo) y Mario Aguilera (Batería) se unieron en 2015. Un año más tarde decidieron darle vida a su criatura Wild Ripple con un álbum homónimo, grabado bajo la tutela de Alberto Díaz. Todo sucedió en el estudio Elefante, durante el cálido mes de agosto.

En la primera canción –eludiendo el sonido de las espadas ninja y el vibrante bordón de la “Intro”– se aprecia una perfecta fusión entre los tempos lentos del salvaje oeste y la atmósfera del espacio exterior que sugieren los vibratos, los trémolos y el omnipotente delay. Todo ello contribuye a formar un envolvente sonido de metálicos matices que obliga a quedarse en las inmediaciones del sueño –o del disco–. Para cuando “Vietznam” llama a nuestras puertas podemos ver al desorientado cowboy flotando entre el violento movimiento de los asteroides, mientras otea la perdida tierra. “En la tierra, en el mar, es la guerra, de Vietnam”, cantan siniestras voces. Los asteroides se mueven ahora con más intensidad y, por suerte, antes de que lo aplasten, la canción termina.

“Moffeto” es otra enérgica canción de stoner, con ritmos pesados y marcados parones. Aunque el riff del estribillo recuerda a las guitarras solistas de Iggy Pop y el repentino final nos devuelve al mismo vacío donde antes nos encontrábamos. Un terreno más oscuro se abre con “Space Shit”, donde la basura espacial se extiende de tal forma que el universo deja de ser un lugar vacío y oscuro y se convierte de nuevo en algo violento y pleno, con una atmósfera infernal que todo lo cubre.

“Antares”, la canción con que continúa el disco, desdibuja un tanto el camino trazado. No deja de estar compuesta por un riff de bajo que podría haber atesorado Ty Segall en cualquier disco, pero la mera repetición no alcanza siempre el éxito y en este caso, a pesar de introducir algunas variantes gracias a la producción, puede resultar muy monótona.

Qué mejor manera de reencontrar el brillante camino que “Marte”. La salvaje guitarra deja que unos pegadizos acordes recorran el mástil. ¿Me lo parece a mí, o el joven cowboy ha llegado a un planeta extraterrestre? ¿Será Marte? Ni idea, pero el crujiente solo de Manolete se le incrusta en el cerebro mientras observa las extrañas formas que poco a nada tienen que ver con los humanos. Es imposible no dejarse conducir por la impulsiva guitarra y los pegadizos coros a través de estas lejanas tierras.

“En El Long” es la canción. La corrediza guitarra y la pantanosa batería esconden un bajo que mantiene un trabajo sencillo, constante y efectivo a lo largo de todo el disco. No se echa a faltar ni una nota. “Hey Mario, en el long” cantarán vuestros hijos en cuanto pisen el espacio exterior.

Iggy Pop vuelve saltando al comienzo de la última canción. Pero “Weez” es mucho más que eso. Es un viaje dentro del viaje. Es puro desfogue, melenas al viento y sitares que aderezan la perfecta mezcla. También se asoma otra vez un Ty Segall, cuyos Fuzz, no parecen disgustar al trío. Nuestro querido cowboy lo estará pasando muy bien, espero que haya encontrado una tierra firme en que poder moverse con libertad y sin la falta de gravedad que aflige en estas tierras. Como veis, la música espacial no siempre es tranquila, nebulosa y ambiental, el espacio también tiene su violencia y sus propios torbellinos, puede ser infernal.

La “Outro”, según la banda, es un mal viaje o un mensaje a los extraterrestres. A primera vista podría parecer la clásica orgía psicodélica donde los músicos se enardecen flotando en el vacío espacio del género. Muchos conciben esto como una afrenta a las estructuras clásicas del lenguaje musical, pero parecen ignorar los infinitos intentos que ha habido hasta entonces. De tal forma, ese quiebro a la idea de estrofa + estribillo + estrofa + estribillo + solo, termina siendo aún menos original que lo que se trata de evitar. En caso de Wild Ripple nada se aleja más de la realidad. El “flotar en el vacío espacio del género” se convierte casi en algo real, los intermitentes sonidos construyen la extraña profundidad del espacio y los metálicos aullidos dan forma a las estrellas que lo envuelven. No resulta difícil imaginarse de nuevo a nuestro amigo, horrorizado por su situación, movido por oscuras fuerzas, siendo tentado por el diablo, y sabiendo que al igual que su vida, el disco pronto tocará a su fin.

Texto: Fernando Gil Llobat
Artwork: Mik Baro

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VikPamNox
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Fotógrafo, cronista y ser humano. Beer Brother a tiempo parcial y pastor a tiempo total de la Primera Iglesia Presleyteriana de L'Eliana. Comprador y coleccionista compulsivo de discos. Enfermedad pura. Rock 'n' Grohl.
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