Son las 20:30 y una Sala Noise vacía empieza a recibir los primeros asistentes al concierto que Rubick primero, y La Pulquería después, daban el pasado viernes: una noche de verdadero lujo con dos de los mejores grupos que ha dado Valencia.
Uno surgido hace cosa de 6 años, con dos discos y un EP a sus espaldas, y con más rock and roll de lo que mucha gente piensa. Rubick, presentaban oficialmente su recién horneado «Golpe de Efecto», disco de 11 temas, que tiene como particularidad el cambio de idioma de inglés a castellano, con el que la banda valenciana se mete de lleno en una nueva etapa, conscientes del riesgo que ello conlleva, pero con unas ganas y energía que desbordan.
El otro, unos viejos conocidos, los maestros del hard-mariachi: La Pulquería. Con uno de los directos más divertidos que he visto nunca, siempre con una sonrisa en la boca, son expertos en conseguir hacer que hasta la última persona de la sala acabe saltando y bailando alguna de sus canciones. Tras dos años y medio de inactividad, su retorno era de los más esperados en la música valenciana. Llegaban después de pasar por Madrid y Murcia (junto a Rubick, también) celebrando el décimo aniversario de su primer disco «Corridos de amor», y colgando el cartel de Sold Out en las 3 fechas.
Con ese ambiente saltaron al escenario los chicos de Rubick, comenzando el concierto con la contundencia que les caracteriza, y que caracteriza al primer track del nuevo álbum, con el que empezaron el concierto: sonaba «Vuela».
Le siguió el segundo tema del «Golpe de Efecto», segundo single que sacaron a la luz, «Torre de Babel», y la gente parecía empezar a darse cuenta en ese momento de que había una banda de rock encima del escenario, ¡como si no supieran a lo que venían!.
Después de la apertura llegó el primer flashback, con uno de los temas de su anterior EP (en inglés) «Be My Light», seguido de uno de los temas más tranquilos y a su vez más cantados, del nuevo disco, como fue «La Fe», en la que el teclista Adrián Álvarez y el cantante Joe Merello se quedaron solos en el escenario y ejecutaron a todos los presentes con esta balada rompecorazones.
Pero había gente que ya tenía ganas de probar el pulque, y siguieron hablando, e incluso algún vaso cayó al escenario. Algo vergonzoso, y que nada tiene que ver con la calidad de ninguna de las dos bandas que esa noche tocaban ahí, simplemente es que parece ser que la gente no valora la música por igual.
Tras aquello empezó el desmadre: sonaron temas de su último disco, como «Por Fin», «Cabeza Hueka» o «En Paz» (donde estuvieron acompañados por el batería de ese disco, Marc Guardiola) y clásicos como «Always» o «Mala Cara».
Ahí ya tenían al público a sus pies, y lo aprovecharon: apareció Gerardo, enfundado en una capa y con una corona en la cabeza, para tomar el papel de «El Gran Chingón». Apoteosis.
Toda una revelación, la energía que puso en «Pancho Tequila» y «En Cada Rincón» se contagió al público, que lejos de estar cansado bailaba, saltaba, cantaba y se golpeaba más que al principio.
El concierto se acababa, y La Pulquería dejó el escenario, despidiéndose…
…para aparecer de nuevo, convertidos en el comité de bienvenida de «La Migra», todos sin camiseta y ataviados con máscaras de luchador mexicano, como en los viejos tiempos. Un espontáneo sube al escenario, se tambalea en el mismo, ebrio de «amor», hace que Gerardo caiga al público… pero eso no para ni la voz ni la música, y el público lo agradece con entusiasmo y un pogo masivo. La Pulquería había volado cabezas y el público quería más. Pero volvieron a irse…
Un cierre de concierto por todo lo alto, que nos invita a tener esperanzas de que esta vuelta sea para quedarse, que no vuelvan a dejarnos 2 años largos sin su música y que no tengamos que volver a decirles que «tantas noches de invierno me has faltado, sin contar los dias largos de verano». Porque no queremos colgarnos de ese techo (de menos), queremos vivir esa «rara, brava, larga y corta vida loca», pero con vosotros, chingones.
Acaba el concierto con la versión folclórica de «El Día de los Muertos», que estrenaron hace cosa de un mes, y que nos sorprendió a todos, sonando por los altavoces de la sala, mientras se encendían las luces.
Miramos a nuestro alrededor. El paisaje, desolador: infinitos vasos de cerveza hacen de alfombra plástica, y rastros de sudor y alguna camiseta arrugada completan el panorama. Eso sólo significa que ha sido una noche fantástica.