Ahora más que nunca necesitamos un Ed Bloom que nos arranque la realidad a golpe de canción, acorde tras acorde, que nos desgrane la vida pintándola de fantasía. De historias que pudieron ser. Canciones que están repletas de un sonido British, que nos recuerda en ocasiones a Savage Garden, un poco Gallager, quién sabe, quizás esconde algo de The Smashing Pumpkins.
Miguel Jordá, nos traslada a nuestra adolescencia, a aquellas tardes silbando por la playa. Aquellas tardes que volvíamos a casa oliendo a sal, soñando con sirenas, héroes, dragones y amores eternos. Cuando soñábamos con un mundo sin pérdidas ni soledad. Un mundo en el que las cartas de amor se escondían en el bolsillo de una mochila. Nos lleva de vuelta a aquellos veranos repletos de primeras veces, de besos bajo las estrellas y libertad. Sin móviles, sin Spotify, en los que alguien con un doble pletina era sin lugar a dudas el rey.
Es un difícil momento para lanzar un primer trabajo en solitario. Pero Miguel llega con la suficiente experiencia a la espalda como para tirarse a la piscina y llenar nuestros oídos de un sonido fresco, muy de los 90 y que, sin lugar a dudas, nos salva de este 2020 nos está tocando vivir.
Así que no se me ocurre mejor receta para pasar un rato feliz, tumbada sobre la cama, como si lo único importante de verdad fuera imaginar ese beso una y otra vez hasta convertirlo en realidad.
Miguel Jordá no podría haber elegido mejor nombre para su andadura en solitario, como aquel Edward Bloom que al morir se convirtió en un Big Fish, como aquel ser único que supo ver la magia en la realidad.
Trini Calás
