Como no sé mentir, diré la verdad. Hacía tiempo que no iba a un concierto a ciegas, sin conocer a los artistas. Pero alguien me dijo que no podía faltar a este, y no se equivocó. Así que el en lugar de hacer una crónica estandar hablaré de lo que pasó por mi cabeza, sobre todo a medida que iban llegando los impulsos que enviaba el corazón.
Daniel y sus muchachos aparecieron en escena cogiendo los instrumentos como si de perlas preciosas se tratase. Se echaron las guitarras al hombro, cejilla al 5º traste y empezó la fiesta.
Un “good night” y un “thank you so much” le bastaron a Romano para dar por concluida la charla con su público, pocas palabras y mucho rock.
El concierto se desarrolló prácticamente en un único corte, iban enlazando los temas sin descanso, tanto es así que en uno de los fades me pareció entender que cada uno carraspeaba su instrumento a su libre albedrío, como si entre ellos se diesen permiso par tocar lo que cada uno quisiese (o eso o su nivel para juntar notas está ya en una órbita lejana para mi) pero aún y con esas ese interludio sonó fenomenal.
Traían a su propio técnico de sonido, y aunque el técnico residente del Loco hace siempre que todo suene maravilloso, el sonido de la banda se mostraba muy depurado, con todo en su sitio.
Me maravilla escuchar música en directo cuando suena tan bien. Es algo similar a poder degustar un menú exquisito, empiezas a comer y vas saboreando los distintos ingredientes, y vas encontrado matices en las papilas gustativas, las diferentes texturas etc. Con la buena música en general y un buen directo en particular ocurre lo mismo, es ahí cuando entre el estómago y el cerebro y pasando por el corazón, se trazan unas líneas imaginarias dando a nuestro cuerpo el aspecto icónico de una guitarra. Si todo lo que circula por esas cuerdas imaginarias fluye bien, no puede haber nada que se te resista, y yo anoche ya me metí en vena mi dosis semanal.
