“El regreso de Abba” (2020, Penguin Random House) llegó hasta mí de la mano de una amiga y lo comencé con la curiosidad de descubrir algo más de uno de los, se me permita la expresión, «personajes» con los que más he disfrutado en directo. Y así, sentada, tranquila, cerveza en mano arranqué sin expectativas lo que al final se ha convertido en uno de los mejores viajes de este 2020.
Marc Ros, con su novela “El regreso de Abba” nos traslada a las playas de Cadaqués con tal habilidad que puedes oler el salitre y sentir como te tira la piel mientras se seca. Nos pasea, sin esfuerzo, por sus calles, por sus calas, por esos lugares recónditos que solo unos cuantos privilegiados conocen, y mientras avanzas línea a línea, puedes oler los pinos, puedes escuchar los acordes de sus guitarras y acabas, sin saber muy bien cómo, zambulléndote de pleno en los infiernos de Abba, Hugo y Doménech, con una banda sonora que te vuela la cabeza, llena de referentes.
Marc nos hace volar, excitarnos, odiarnos y amarnos, nos convertimos en Abba, Hugo o Doménech según el día y la hora y nos muestra de un modo único, directo, sincero y descarnado el peaje de ser fiel a uno mismo.
Los paisajes, las historias, los miedos y los viajes lisérgicos nos llegan sin complejos con una explosión brutal de color y verdad, con una cadencia que te obliga a seguir avanzando, a seguir descubriendo cual será el próximo acorde, quién se descubrirá una nueva cicatriz, cómo saldrán de los callejones sin salida a los que la vida, las circunstancias y los miedos los arrastran.
Y al final, cuando llega ese último momento, ese en el que cierras el libro y fijas tu mirada en cualquier punto de la pared, el que sea, no importa, tu mente se apaga por un momento, extenuada, asimilando que alguna vez en la vida tú también te has sentido naufragio y balsa, una isla que no sale en los mapas.
Trini Calás
